La escritora nos deleita con esta oda al vino
¡Dioses!
¡Abrid la puerta de las esencias!
No seáis avaros.
Dejad que los mortales
huelan el aroma a tierra,
saboreen el dulzor sagrado.
¡Dioses!
¡Escuchad el lamento del pueblo!
Deseoso de endulzar el paladar
para saludar al día,
para suavizar la palabra.
para fortalecer los lazos,
para consolar el alma.
¡Dioses!
¿Os hacéis de rogar?
¡Nos castigáis con vuestra indiferencia!
¿Para que aprendamos a valorar el tesoro?
No temáis, Dioses, no temáis.
En la imperfección humana
siempre habrá quien lo desprecie
con grandes sorbos inquietantes,
con maltrechos haceres incontrolables.
Pero, yo os juro Dioses,
que la mayoría venera con respeto,
pues conoce la esencia vertiginosa
que provoca el exceso de sentirse regado.
Sabedor del poder que engendra,
el pueblo aprende el ritual con maestría.
Lo absorbe suave, tranquilo,
con delicadeza, con cordura y esmero.
¡Dioses!
¡Dejad que participemos!
Que juguemos con el oro divino,
con el monte sagrado y el cobre intenso
para maridar nuestras viandas,
para inmortalizar nuestros momentos.