InicioDE AUTORTres romances improbables de Navidad

Tres romances improbables de Navidad

Tiempo de lectura: 4 minutos

Santiago A. López Navia

Romances improbables de Navidad (I)

Romance del ángel afónico

Nos han llamado a cantar.
Dicen que ha nacido un niño
que no es un niño cualquiera:
según parece es el mismo
hijo de Dios hecho hombre.
Prioridad en el aviso,
que ser ángel en un coro
es muy esforzado oficio
y hay que estar siempre de guardia
sea sábado o domingo
(el convenio de los ángeles
es un convenio de mínimos
y no hay pluses ni trienios
ni libranzas ni festivos).
Allá que vamos los seis,
coro de cámara exiguo
formado por dos tenores,
dos bajos y dos barítonos.
Ya estamos frente al portal
partitura en mano y listos,
y no hay tiempo para ensayos:
hay que darle al villancico.
A los primeros compases
suelto un si bemol horrísono:
apenas puedo cantar
y la voz me suena a pito.
Todos me miran atónitos
y con cara de estreñidos.
Disimulo como puedo
y me quedo calladito
con un apuro tremendo
y más vergüenza que frío,
que está la noche canina
(me estoy congelando vivo).
Y en medio de este mal trago
me parece ver que el niño
desde su cuna de paja
me sonríe y me hace un guiño.

Romances improbables de Navidad (II)

Romance del soldado pacifista

No sé qué pasa en Judea,
que está todo alborotado.
Por todo el reino circulan
rumores y sobresaltos,
y ha llegado una orden nueva
de la cadena de mando:
hay que matar a los niños
que no han cumplido dos años.
¿A quién se le habrá ocurrido
algo tan disparatado?
“Tú a lo tuyo y obedece.
No quieras averiguarlo”,
me dice mi capitán,
y me lo dice bien claro.
Lo que el capitán no sabe
es que estoy aquí de paso,
que me enrolé en el ejército
muerto de hambre y obligado
por un miserable chusco
y un miserable salario.
Y hay algo mucho peor:
tengo que tener cuidado,
porque soy un pacifista
convencido y redomado,
así que tendré que irme
a la primera de cambio.
Como todo está confuso
y el capitán despistado,
en cuanto se dé la vuelta
cojo la puerta y me marcho
Ya estoy fuera del castillo,
libre, sí, y desamparado,
y no tengo adonde ir
ni quien camine a mi lado.
Y no sé por qué en Belén
una voz me está llamando.
No puedo entenderlo y sigo.
Sigo y no puedo explicarlo.
Es como una luz remota
que iluminara mis pasos.
Mientras prosigo mi ruta
algo voy averiguando:
dicen que ha nacido un niño
que es Dios y rey coronado
(ahora me cuadran las cuentas:
Herodes quiere matarlo).
He llegado ante el portal
y hay algo que no está claro:
¿qué puedo ofrecerle al niño?
Él es un rey, yo un soldado.
Le ofreceré esta promesa
de amor que mueve mis manos.
Para construir su mundo
permaneceré a su lado.
Suyo es todo lo que soy,
tan pequeño, al fin y al cabo.
Pero a este rey no le importa.
Diría que me ha mirado.
Me quedaré a montar guardia.
Quiero que duerma confiado.
Con mi escudo hecho de paz
me siento muy bien armado.

Romances improbables de Navidad (III)

Romance del paje republicano

He sabido que hacen falta
pajes para ir a Judea,
para llevarle a un rey niño
oro, incienso, mirra y esas
cosas extrañas que a veces
solo a reyes aprovechan,
y si lo he entendido bien
son tres reyes los que llevan
cargadas en sus camellos
sus alforjas con ofrendas.
¿Qué haré yo, republicano,
entre tanta realeza?
Si me pagan bien, no importa,
que el que paga manda, ¡ea!
Ya estamos en el camino.
Nos aguardan muchas leguas
y muchas noches al raso.
Así pues, haya paciencia.
Los reyes, a cuál más sabio,
hablan de cosas secretas
que, pobre de mí, no entiendo
por más que arrime la oreja.
Listos son, no quepa duda
(parecen enciclopedias),
pero si lo entiendo bien
y las señales son ciertas
me parece que no saben
el camino, o no lo encuentran,
y aquí estamos, perdidísimos,
a pesar de su sapiencia,
que sin guías y sin mapas
de poco valen las Letras.
Se han retirado los tres
en monárquica asamblea
para ver si son capaces
de encarar la contingencia.
Con ilustrado ademán
reflexionan y argumentan,
pero mucho me malicio
que no les salen las cuentas:
la confusión los delata
y su cara es un poema.
A tiempo de regresar
y cuando damos la vuelta
brilla una luz en el cielo,
ha aparecido una estrella,
y desde un coro de ángeles
hay un canto que se eleva:
Gloria a Dios en las alturas,
reine la paz en la tierra.
Son tan ciertas las señales
que la ruta se despeja
y poco tiempo después
hemos llegado a una aldea.
¿Qué es aquel halo que envuelve
aquel portal? ¿Qué es aquella
majestad que se adivina
entre la paja? ¿Qué es esta
voz que me mueve y me llama
y sin dolor me atraviesa?
Ya lo he entendido: ese niño
es el Rey que nos espera,
y su trono es un pesebre,
y su cetro es su pobreza.
Yo quiero un rey como este,
redentor en la miseria,
luz de los desheredados,
esperanza verdadera,
hombre y Dios al mismo tiempo,
tan humilde en su grandeza.
Dios que sirve, no servido,
Dios de amor, no de la guerra.
Si él es el Rey me declaro
monárquico sin reservas.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Entradas Populares

En Primera Persona

Chefs con Estrellas

Personajes

Iberoamérica de cocina en cocina