Nada es finito y todo está en movimiento
Tengo una extraña sensación en relación al tiempo, que sé que no es única porque lo he comentado con mucha gente. Y es que, si echo mi memoria a pasear allá por un 13 de marzo siento que ha pasado excesivamente deprisa. Es como si hubiese estado metida en una turbina que se movía de forma rutinaria, mucho más rápida que la capacidad de asumir lo que es una hora a la antigua usanza. ¿Será el uso de las tecnologías lo que nos aporta estos matices? Es extraño porque todo ha sido muy intenso. Si fracciono mi memoria, mis emociones han estado viajando en la montaña rusa del confinamiento.
En las tres últimas semanas he observado mucho lo que estaba sucediendo. Tomé la firme decisión de no ver la televisión porque me ha parecido una de las cosas más decepcionantes de toda esta época. Pienso que se han vendido al mejor postor. Nos han querido guiar hacia lo que en ese momento interesaba. Ha habido un empacho dañino sobre la pandemia. Así que notaba que el enfado se desproporcionaba entre fantoches y rufianes. Decidí solo ver algún documental y series por la noche. Ha sido fantástico descubrir un maravilloso programa de cocina francés que me ha llevado a paisajes conocidos. Me ha dado una visión mucho más abierta de una cocina poco explorada por mí, lo que me ha hecho sentir alegría, curiosidad y deseo. Todos mis accesos a la información los he tomado de la radio. También de forma muy delimitada: un par de horas al día desde posiciones plurales. La radio es mágica, ya que te permite seguir trabajando y hacer cualquier tarea sin distracciones, provocando que la fantasía se aumente. Me he reído con los humoristas. He aprendido de ciencia. He seguido al día con música pop. Cuando ya me cerraba el cupo continué con mi música diversa para inspirarme, relajarme o enamorarme de nuevo.
En estas tres semanas me he enfocado aún más en la meditación. En la contemplación consciente, en el deporte y sobre todo en bajar el ritmo y acoplarlo a otra nueva realidad (a pesar de seguir trabajando). Mi sana realidad que desplegó el agradecimiento desde que he amanecido hasta que me he acostado. Esto multiplicó mi bienestar sin hacer nada más que lo que ya venía haciendo. Agradezco tener a mi querida hermana, que con tan buen razonamiento ha sido mi reportera de ciencia, de política, social y de economía, plural y muy bien informada. Llamarla a diario me ha hecho redescubrir cuánto echaba de menos esta faceta de mi hermana y ojalá no la olvide, con todo lo que tiene que transmitir.
Agradezco tener tan buenas amigas. Qué privilegio siendo ya bastante adulta poder decir que no me sobran dedos de una mano. A sabiendas de que he estado muy sola no me he sentido así. Que conociendo mi situación física me han hecho la compra. Que hemos cenado todos los sábados de confinamiento juntas. Que me han presentado a otras amistades y siento que he sumado. Que me han dedicado su tiempo curativo expresamente. Que me han animado e instado a mejorar. Gracias, nunca lo voy a olvidar.
Agradezco tener a mis dos queridos y valientes hija e hijo. Así distinguidos cada uno, en sus realidades. Han crecido y están afrontando con madurez, entereza y sacando el lado “bueno de las cosas”.
Agradezco la salud de todos y cada uno de mis seres queridos. Sé que el Covid 19 va a estar con nosotros mucho tiempo. Espero que lo pasemos lo mejor posible si viene. Pero… ha fallecido mucha gente, muchos ancianos (queridos y valiosos pilares de nuestra sociedad). Se han contagiado miles de personas en un momento muy crítico de la pandemia. Todos aquellos que no hemos caído y que tenemos un hogar digno tenemos que sentirnos verdaderamente afortunados.