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Un crucero por las aguas que cortejan al vino de Burdeos

Tiempo de lectura: 12 minutos

Seis días para descubrir Burdeos y sus ríos rodeados de viñedos y cultura

Cada uno de los ríos que atraviesan Francia tiene su propia personalidad, vinculada a las tierras que baña. El Sena es protagonista indiscutible de la capital, separando –mejor sería decir uniendo– las dos orillas de París y también marcando la ruta en su camino a Normandía que siguieron los maestros impresionistas. El Loira está unido a la impresionante belleza del medio centenar de castillos cuyos cimientos baña y donde ha transcurrido buena parte de la historia del país. El Ródano es tal vez el más cambiante con un curso que comienza en las altas cumbres de Suiza, visita las históricas ciudades de Lyon y Aviñón, hasta llegar a las tranquilas aguas del Mediterráneo, después de fecundar la insólita región de la Camargue con sus caballos que nacen negros y crecen blancos y sus miles de flamencos. También el Rin, el gran río europeo que baña las tierras de Suiza, Alemania, Países Bajos y tiene un breve protagonismo en la Alsacia francesa.

Pero más al sur, en torno a Burdeos, el Garona, el Dordoña y el Gironda –que en realidad no es un río, sino el estuario que forman en la desembocadura los otros dos–, forman un conjunto lleno de encanto cuyas aguas dan protagonismo, curiosamente, al mejor vino del mundo: el Burdeos. Siguiendo el curso del Garona y el Dordoña, entre el océano, los viñedos, las dunas y las marismas, se descubrirán multitud de peculiaridades del suroeste francés. Burdeos, Pauillac, Blaye, Medoc, Saint-Emilion, Cadillac, son los ilustres nombres de las ciudades que constituyen un patrimonio de excepcional riqueza. Evocan, por supuesto, los Grands Crus franceses, los castillos con sus viñas de fama mundial, las bodegas prestigiosas y acogedoras que ofrecen excursiones repletas de promesas gustativas.

Y para disfrutar de esta región, visitar paisajes y ciudades deslumbrantes, saborear sus vinos y su gastronomía y, además, gozar de un recorrido pausado, con todo resuelto y tiempo para la cultura, la actividad o el descanso, nada como embarcarse en uno de los cruceros que desde Burdeos se ofrecen. Y es que los cruceros están seduciendo a un creciente número de viajeros, y es el único segmento de turismo que sigue aumentando de año en año. Los viajes por mar tienen muchos atractivos, pero pueden pecar de cierta monotonía y de la masificación que exigen los grandes barcos. Lo que ahora se está imponiendo son los cruceros fluviales, especialmente aquellos que recorren los grandes y pequeños ríos europeos.

Con todo resuelto

Sus ventajas son bastante evidentes. Un crucero fluvial es el más cómodo y despreocupado medio de conocer otros países, otras formas de vivir. El hecho de recorrer Europa admirando ricas culturas, que se fueron originando al calor de las cuencas de sus ríos, es una experiencia tan atractiva como inolvidable. A bordo todo son facilidades. Se trata de unas verdaderas vacaciones a su aire deleitándose con el paisaje cambiante de las orillas –viñedos, abadías, castillos, pueblitos– y el propio tráfico del río, en esta zona abundan las gabarras, filadieras —pequeños pesqueros de vela que deben su nombre a su forma de lanzadera–, y, de vez en cuando, grandes paquebotes de 280 metros de eslora.

En un crucero hay que olvidarse de hacer maletas después de cada etapa. Los camarotes y el propio barco ofrecen todas las comodidades posibles; todas las que permiten las dimensiones limitadas de estos cruceros de río, que no deben compararse con los súper cruceros de mar, tanto por su capacidad como por las instalaciones a veces tan ilimitadas como los mares que surcan.

Por el contrario tienen atractivos importantes: visitas a pie (ya que los muelles están en el corazón de las ciudades), atmósfera más familiar, sin llegar a 200 pasajeros en el barco, lo que permite mejor comunicación y convivencia con el resto del pasaje, la práctica imposibilidad de marearse dada la estabilidad de los cauces fluviales, etc. Y cuando la travesía resulte algo tediosa o los elementos atmosféricos no acompañen, nada mejor que un buen libro, una buena música o una copa para relajarse y disfrutar del tiempo libre.

En busca de los grandes vinos

Tras la llegada al barco, el cóctel de bienvenida y el primer contacto con la exquisita gastronomía que se sirve a bordo (hoy toca: Terrina de Gascuña, Magret de pato con salsa Oporto, servido con judías verdes y dauphinois gratinados, Queso Pont L’Evêque y Dulzura de Aquitania, auténtico canelé bordelés con su bola de helado de vainilla y crema de ciruelas pasas de Agent, todo con vinos de Burdeos) y la primera (o segunda) copa en el salón-bar hay que estrenar el camarote exterior, con un pequeño aseo con ducha, tele, wi-fi, aire acondicionado… y descansar plácidamente.

La primera experiencia de navegación estando en esta tierra, naturalmente, es en busca de los grandes vinos, navegando por el Garona hasta llegar al Gironda, bordeando la isla Cazeau para finalmente llegar a CussacFort-Médoc. En las aguas sorprendentemente marrones debido al encuentro de agua dulce que baja cargada de sedimentos de arcilla y agua salada. También se puede observar un fenómeno curioso, una especie de maremoto que se produce paulatinamente dos veces al día cuando la dirección natural del río se encuentra con la corriente contraria que viene del mar debido a las mareas; el movimiento se acusa más a medida que el río se va estrechando. Se pueden producir numerosos remolinos en determinados lugares, con corrientes impredecibles y a menudo cambiantes, lo que justifica el nombre atribuido a este estuario, la Gironda.

También junto a las orillas se observan pintorescas cabañas de pesca con redes que dejan caer sobre las aguas, llamadas carrelets, y en las que se enredan peces migratorios como el esturión, la anguila y su pariente pequeño, la angula, y la lamprea. Por cierto que el estuario del Gironda también puede presumir de ser el único del mundo que los esturiones europeos, ahora protegidos, remontan para reproducirse. En las tiendas de Burdeos y otras localidades puede comprarse el exquisito caviar que se consigue de estos esturiones.

Ya en tierra, camino de la primera bodega, el paisaje se muestra repleto de viñedos en ocasiones muy extenso y otras aprovechando cualquier recodo incluso en terrenos casi verticales, intercalados entre el océano y la ría. Muchos de ellos conserva rosales al comiendo de la hilada, como adorno y señal de alerta antes algunas enfermedades que se detectan antes en las rosas que en las uvas. Un microclima templado y húmedo favoreció el desarrollo de la vid desde hace siglos. En la Región de Burdeos, con casi 120.000 hectáreas de viñedos, se concentran hoy unos 14.000 productores de vino y alrededor de 9.000 bodegas, de las cuales unas 7.000 son châteaux. No siempre las bodegas tienen forma de castillo, pero éstos abundan en la zona, algunos con una arquitectura espectacular, como el Châteaux Lafite Rothschild, Latour o Mouton Rothschild. En todos ellos se producen unos 850 millones de botellas anuales, que generan un volumen de negocio de 14.500 millones de euros. Hay 57 denominaciones de origen controladas de vino de Burdeos.

En las 90 hectáreas de Château Maucaillou en Médoc se producen unos delicados vinos de color suntuoso, con una potencia aromática particularmente sutil y agradablemente afrutada, con sabores muy maduros, concentrados, armoniosamente equilibrados, con cuerpo y generosos, todo en finura y elegancia… Con más de la mitad de uva Cabernet Sauvignon, que le otorga al vino un hermoso «vestido» de color rubí vivo y brillante, un 41% de Merlot, que aporta dulzura y cuerpo y con un toque de Petit Verdot, una variedad de uva difícil, que se vendimia siempre en plena madurez, lo que refuerza el cuerpo, el color y la riqueza en taninos de este magnífico conjunto.

Entre bodegas y fortalezas

El siguiente recorrido, en el tercer día de crucero, lleva a la ciudadela de Blaye por la carretera de la cornisa, una unión entre la piedra con la que se construyen las casas trogloditas a lo largo de ella, y el río que alimentaba a los pescadores que vivían allí. Esta carretera estrecha y pintoresca serpentea a lo largo de la Gironda y ofrece un panorama impresionante del estuario. Se descubren antiguas casas de pescadores, sus cabañas sobre pilotes en el agua y viviendas notables enclavadas en el corazón del acantilado. Desde el mirador de Bourg se disfruta de una vista impresionante de la Gironda, y en Halle y se podrá degustar el higo de Bourg, una especialidad local y los famosos “praslines de Blaye”, una versión francesa de las almendras garrapiñadas. De regreso a Blaye, donde se cree que está enterrado el famoso Roldán de la Canción y de Roncesvalles, hay que recorrer la impresionante ciudadela construida por Sébastien Le Prestre, Señor de Vauban, como una auténtica ciudad cerrada para proteger Burdeos de las invasiones marítimas, situada sobre un promontorio rocoso de 35 metros de altura que ya fue destacado por los romanos y luego los duques de Aquitania, en 1685, que tenían su castillo allí. El conjunto es Patrimonio de la Unesco.

Tras disfrutar una vez más de las comodidades y los lujos gastronómicos Esta vez toca para la cena Quiché de puerros, Ternera Bourguignon con salsa bible kase, acompañada de sus manzanas fondant y su dúo de zanahorias, Queso Saint Nectaire y Entremeses de melocotón y albaricoque), de una pequeña fiesta musical que organiza la propia tripulación y una noche reparadora, hay que prepararse para el día siguiente, con uno de los puntos fuertes del crucero: Saint-Émilion.

Torres majestuosas e iglesia troglodita

Delicioso pueblo medieval, lleno de encanto, situado en el corazón de los famosos viñedos de Burdeos, Saint-Emilion es único por la importancia de sus propiedades vinícolas, la calidad de sus vinos y la majestuosidad de su arquitectura y sus monumentos. Una ciudad cargada de historia encaramada en un promontorio rocoso, con sus empinadas calles jalonadas de casas antiguas. Saint-Emilion y sus viñedos extraen su originalidad de la piedra caliza que ha dado forma a su identidad. Obra armoniosa de la naturaleza y el hombre, los paisajes de Saint-Emilion son testimonios únicos de la Historia. En 1999, y por primera vez en el mundo, su viñedo fue inscrito al Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, que considera Saint-Emilion como «un ejemplo notable de un paisaje vitícola histórico que ha sobrevivido intacto» y que continúa su actividad en la actualidad. Saint-Emilion también debe su fama a su gran diversidad de vinos que se explica por una notable diversidad geológica (caliza, arcillo-caliza, suelo de grava y arena) y un microclima perfectamente adaptado a la viticultura. Esta combinación, junto con el cuidado meticuloso que los profesionales dan a las viñas, proporciona las condiciones ideales para la nutrición y la madurez del Merlot, la variedad de uva dominante.

La villa medieval, llena de encanto, se alza con orgullo sobre un promontorio rocoso, y hará las delicias de los amantes de las piedras antiguas, que pueden deleitarse vagando por sus empinadas calles jalonadas de casas antiguas y tiendas de vinos. Desde lo más alto de la Torre del Rey, un imponente torreón del siglo XIII hay una hermosa vista de los tejados y viñedos de Saint-Émilion. Una visita imprescindible es el excepcional conjunto troglodita del siglo XI cuyo monumento más original, sin duda, es la iglesia monolítica. Enteramente excavado en la roca caliza, es el más grande de Europa en cuanto a sus dimensiones.

Los gastrónomos y gourmets podrán disfrutar de un gran vino certificado y reconocido en todo el mundo o de los deliciosos macarons elaborados artesanalmente desde 1620, por las religiosas del convento de las ursulinas de Saint-Émilion y que no tienen nada que ver con los coloridos que se encuentran por todas partes. El macaron a la antigua tiene una forma redonda y un color dorado sin cubrir, posee una textura blanda y delicada, con un claro sabor a almendra. Este dulce artesanal, elaborado sin colorantes ni conservantes, se compone de almendras dulces y amargas, clara de huevos frescos y azúcar.

Naturalmente la visita a Saint-Emilion no es completa sin ir a una nueva bodega, en este caso Château Pontet-Canet. Encaramado en las alturas de la denominación Pauillac, reina hoy sobre un viñedo de 81 hectáreas, gestionado íntegramente según los principios de la biodinámica desde la cosecha de 2004. El Domaine es así un precursor y una referencia en el mundo de los Grands Crus Classés de Bordeaux. Las variedades de uva son Cabernet Sauvignon (62%), Merlot (32%), Cabernet Franc (4%) y Petit Verdot (2%). Están plantadas en magníficos suelos de grava que contienen en algunos lugares sustrato arcillo-calcáreo en profundidad. El Château Pontet-Canet tiene con razón un gran número de seguidores, ya que su historia recompensa el trabajo de una apuesta audaz; los vinos tienen una maravillosa vivacidad de fruta, profundidad y armonía y son simplemente divinos.

Y al final, Burdeos

Tras la visita a Saint-Emilion y tras ver el pueblo de Bourg y el de Bec d’Ambès en la confluencia de Dordoña y Garona, la navegación continúa hasta Burdeos donde se llega al final de la mañana. No hay mucho tiempo para conocer esta fantástica ciudad, aunque siempre puede prolongarse la estancia en ella una vez terminado el crucero. Vale la pena porque hay mucho que ver.

Burdeos, la capital de Nueva Aquitania y puerta de entrada a la región, es densa en historia y en su dinamismo, es una ciudad con un rico patrimonio, numerosos sitios y monumentos –históricos o modernos–, con un arte de vivir tradicional y típico. Su centro histórico forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 2007. Cuenta con más de 350 edificios declarados o inscritos en la lista de monumentos históricos. Destaca la Place de la Bourse, frente a un edificio monumental de casi tres siglos que es el ejemplo por excelencia de la arquitectura francesa del siglo XVIII en la está la actual Cámara de Comercio, el Museo Nacional de Aduanas y una cautivadora escultura llamada ‘Tres Gracias’, pero lo que más llama la atención es la principal atracción de la ciudad, el Miroir d’Eau, el lugar más fotografiado de Burdeos, obra del arquitecto paisajista Michel Corajoud, que alterna extraordinarios efectos de espejo de agua y niebla. La regular metamorfosis de 2 cms. de agua sobre una gigantesca losa de granito transforma el mágico lugar en un escenario permanente para que los niños jueguen, para que los amantes sueñen despiertos, para refrescantes paseos en clima caluroso con los pies en el agua.

Hay mucho más que ver y hacer en esta ciudad siempre cambiante como contemplar por fuera y si se puede presenciar por dentro algunos de los espectáculos de ópera, danza y actuaciones musicales del Gran Teatro de Burdeos, una impresionante construcción neoclásica de mediados del siglo XVIII. No muy lejos está la catedral, construida originalmente en estilo románico a principios del siglo XI, y testigo de la turbulenta historia de Francia, que alberga en su interior una impresionante colección artística que se remonta al periodo comprendido entre los siglos XIV y XVII. Igualmente cerca está el museo de Aquitania que a través de una gran variedad de exposiciones, permite conocer la historia de Burdeos y de su región desde la Edad de Piedra hasta el siglo XIX. El recinto también incluye colecciones que reflexionan acerca del colonialismo francés y la relación entre Burdeos y la trata de esclavos.

Y para variar de temática y conocer el interior de la ciudad, nada como una visita al Marché des Quais, el lugar perfecto para descubrir y probar productos frescos y especialidades culinarias de la región de Burdeos. Se organiza todos los domingos en el Quai des Chartrons, al norte del centro urbano, y en él se encuentra todo tipo de exquisiteces, como ostras, crepes, quesos, embutidos, vinos y otras delicias que se pueden probar allí mismo. Y si se buscan otro tipo de compras, la calle peatonal Sainte-Catherine es la calle comercial más famosa del centro de Burdeos. Su trazado se prolonga más de un kilómetro, desde la plaza de la Comedia hasta la plaza de la Victoria, y está considerada como una de las calles peatonales más largas de Europa, con una oferta infinita en boutiques, tiendas y centros comerciales y bares y restaurantes que se entremezclan con las tiendas para tomarse un respiro.

Dos visitas esenciales

Más alejadas del centro están dos de los nuevos iconos de Burdeos. La Ciudad del Vino de Burdeos es un centro cultural de última generación único en el mundo, en el que el vino está presente en sus dimensiones cultural, de civilización, patrimonial y universal. Al tiempo equipamiento cultural, centro turístico y punto de encuentro y salida para los bordeleses, la Ciudad del Vino rinde homenaje a los viñedos de todo el mundo a través de un recorrido permanente, exposiciones temporales, talleres enoculturales y numerosos eventos. Una ventaja es que la entrada incluye una degustación de vino a elegir entre una veintena de variedades.

Un paseo de casi un kilómetro por el antiguo muelle del puerto y en el que se encuentra también el club náutico y decenas de veleros y sus almacenes reconvertidos en restaurantes de moda, bares y galerías de arte, lleva a un lugar insólito: un antiguo búnker de la Segunda Guerra Mundial usado como base de submarinos de Burdeos. Curiosamente, fue construida por presos republicanos españoles a las órdenes de los nazis y un sencillo monumento lo recuerda a la entrada.

El centro de arte digital Les Bassins de Lumières ofrece exposiciones inmersivas basadas en proyecciones visuales y sonoras que en el interior casi a oscuras y con el agua que acogía a los submarinos haciendo de espejo de las proyecciones resultan espectaculares. Tras el éxito durante todo 2022 de la muestra dedicada a Joaquín Sorolla, otros dos españoles universales son los protagonistas de 2023. Desde el 4 de febrero, la exposición se dedica a Dalí y Gaudí, a través de una propuesta artística imaginada por Gianfranco Iannuzzi. «Dalí, el enigma sin fin» y «Gaudí, arquitecto del imaginario».

Con el recuerdo todavía reciente de la última noche de gala a bordo del Cyrano de Bergerac y del suculento menú en el que no faltó un chupito Capuchino De Champiñones, un delicioso Foie gras de pato reinterpretado a la trufa, el Filete de codorniz con trompetas de la muerte; acompañado de su guarnición de verduras, el raro y exquisito queso Cabécou asado sobre ensalada y el inevitable postre Alaska o Tortilla noruega flambeada con Grand Marnier y presentada como una antorcha a todos los pasajeros que ya comienzan a despedirse. Pero no para siempre, habrá otra oportunidad a bordo…

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